31 de julio de 2018
DESDE MANHATTAN

Oculus


"Lo llamo Oculus porque parece un ojo con largas pestañas", dijo Santiago Calatrava cuando presentó el diseño de la estación en el World Trade Center

Otros, más críticos —o menos imaginativos— al referirse a la estructura de la estación dijeron que era un "símbolo del exceso"; "una extravagancia", o directamente "la estación más fea del mundo, y un mausoleo por el que se fueron por el desagüe 4.000 millones de dólares", como opinó en una nota editorial el New York Post al inaugurarse la obra.
Aunque sea cierto que sobre gustos no hay nada escrito y cada crítico está para hacer eso, criticar, pasado ya un tiempito desde que comenzamos a utilizarla —se inauguró en etapas, la primera en marzo de 2016— tendemos a pensar, como Steve Plate, director de construcción del WTC, que "la estación representa el renacer de la Zona Cero tras los atentados de 2001".
Porque eso es lo que no deberíamos olvidar al juzgar esta obra: con ella se intentó poner algo más que una curita en los sentimientos muy heridos de la sociedad luego de los atentados. Se trató de hacer, en el mismo lugar donde estaba la anterior, fundada en 1909, remodelada en 1971, y destruida por los ataques del 11 de septiembre de 2001, otra estación, distinta pero mejor; que fuera un homenaje pero también una reafirmación ante el miedo. Un renacer. Y por supuesto, que mejorara tanto la oferta de los servicios disponibles para el usuario, como la estética y la funcionalidad de los enormes espacios interiores y del entorno directo.
Hace tiempo que veníamos pensando en que debíamos volver a referirnos en esta columna a la obra del WTC porque el paso del tiempo pone todo en su lugar. Luego de apasionadas declaraciones públicas de expertos, de políticos, del propio Calatrava, de la autoridad portuaria encargada de la obra y de los usuarios, finalmente la estación funciona recibiendo a miles de personas cada día, además de turistas de todo el mundo que la recorren, cámara en mano. Podrá gustar más o menos por, nuevamente, aquello de lo que no hay en esto nada escrito, pero es un ícono de Nueva York por derecho propio.

 

Oculus

La funcionalidad: el edificio está pensado para que transiten por su enorme superficie blanca y sin columnas hasta 200 mil personas a la vez

 

Oculus

Adentro, la reminiscencia a la Grand Central Terminal es evidente: dos balcones y escaleras gemelos cierran a los lados el gran salón, y Calatrava no niega ese parecido

 

Oculus

Cuentan que el arquitecto valenciano Santiago Calatrava dibujó en la plaza del World Trade Center, delante de las ruinas tras el 11-S, un niño que liberaba una paloma blanca. Y que este dibujo convenció a las autoridades de que ese era el partido arquitectónico que había que seguir.

Por la arquitecta Luciana Machado, corresponsal de Revista Casa Country en Nueva York, Estados Unidos.