10 de junio de 2014
Desde Manhattan

Un nuevo ícono en Nueva York


Beekman Tower, proyecto de Frank Gehry en Nueva York es hoy, con sus 267 metros, el edificio residencial más alto del continente.

Por Arquitecta Luciana Machado*

La llaman también Nueva York by Gehry, tal vez porque su silueta extraña, brillante y para nada tímida irrumpió sin complejos en el paisaje neoyorkino donde es un nuevo ícono urbano.
Una fachada atípica, realmente atrevida, que parece imitar olas ondulando en vertical, que fluyen desde el cielo al suelo, se tocan y se separan en altura, y cuya materialidad de acero inoxidable espeja la luz cambiante del día y la iluminación nocturna.

Entrar en el espacio o Manhattan a tus pies
La expresión “entrar en el espacio”, es la que utiliza el arquitecto para explicar la sensación que tienen los habitantes de la torre al disponer de ventanales de piso a techo que proveen una insólita variedad de vistas panorámicas de la ciudad hasta más allá del río Hudson. Las vistas en todo momento del día y durante todo el año, son ilimitadas. Los cinco puentes del río Este y el entorno de rascacielos aparecen como en un anfiteatro en las orientaciones Este y Norte. Por el Norte también llegamos hasta Central Park y al puente George Washington.

El proyecto
Diseñada en 2007 y prácticamente finalizada ya, la Torre Beekman es un exponente del estilo deconstructivista tan usual en Gehry, con formas que distorsionan las líneas tradicionales de la envolvente del edificio.
Tanto por sus múltiples funcionalidades como por el entorno que la rodea, podríamos decir también que tanto su presencia allí como sus destinos de uso son eclécticos. Por un lado, si bien se trata de una torre residencial -903 unidades residenciales cada una con su propia distribución de planta- la base del edificio, de seis plantas y expresada con muros de ladrillos rojos (¿una concesión al antiguo Manhattan?), albergará una escuela infantil y un centro de salud.
El entorno, por su parte, no le facilitó las cosas. La vecindad de la torre con un mito neoyorkino como es el edificio Woolworth (1913, proyectado por Cass Gilbert, fue hasta 1930 el edificio más alto del mundo -241 metros- desbancado por el 40 Wall Street y el Chrysler) la ponen necesariamente a confrontar con esa imagen de catedral gótica con gárgolas y pináculos. Además, allí nomás, el Puente de Brooklyn y los edificios de la alcaldía, tan tradicionales, destacan más, si fuera posible, su figura alta, delgada y revestida de metal, como un Quijote de la arquitectura.
Al igual que en la Freedom Tower de Daniel Libeskind sobre la que escribimos en la edición anterior de Casa Country, en la Beekam también se utilizó hormigón iCrete ™, marca proveedora de tecnologías de hormigón para la construcción, porque ofrece mayor control de calidad en sus mezclas permitiendo una reducción de hasta 40% de gases con efecto invernadero, mejor control del proyecto y costos más bajos. La utilización de iCrete en esta obra supone menor tiempo de fraguado y endurecimiento, reducción de la retracción, mayor durabilidad, disminución de la fluencia lenta y mayor resistencia al ataque de álcalis y silicatos.
El hormigón estructural fue recubierto por una piel de acero que, junto a las formas, producen una imagen plástica que parece moverse según el punto desde dónde la miremos. Los reflejos que producen los más de 10.000 paneles metálicos de distintos tamaños que recubren la fachada subrayan esa sensación de edificio en movimiento. Para muchos resulta casi una extravagancia la decisión del proyectista de ubicar bay windows (ventanas-galerías) a más de 200 metros del suelo. En todo caso, no es más que otro de los motivos por los cuales este edificio está destinado a separarse del pelotón de torres más o menos altas, más o menos lindas y más o menos funcionales de las que Manhattan tiene muchas.

*Arquitecta Luciana Machado, corresponsal en Nueva York
luciana.machado.ra@gmail.com